miércoles, 15 de mayo de 2013

El altar del Pico Urbión

Justo en la antecima del Pico Urbión se puede apreciar un altar característico que tiene cierta historia. En agosto de 1928 se convocó por primera vez una misa en el Urbión, desde entonces en más de una ocasión se ha ido repitiendo esta curiosidad. Los periódicos de la época así lo reflejan, como curiosidad ver que en aquella época se pensaba que la  altura era de 2.246 metros, un poco más del dato oficial.


Altar en la antecima del Pico de Urbión
 





Diario El Noticiero Soriano de los días 3, 6 y10 de septiembre de 1928 nos cuenta la crónica de aquel hecho tan singular.

“LA MISA EN URBIÓN EL 22 DE AGOSTO DE 1928
            Hay algo profundamente natural en el sentimiento de admiración, que sienten los hombres por las cumbres. De otra suerte no podría explicarse el fenómeno, repetido en todas las latitudes y por todos los períodos de la Historia, de entusiasmo y veneración casi religiosa por las alturas.
            Eco, sin duda, de la predilección que el mismo Dios siente por ellas para comunicarse con los hombres: Siná, Tabor, Carmelo, Garizin, son nombres que evocan a la vez que montañas hermosas, favores de Dios a los hombres. Lo elevado atrás tanto como repele la sima y el pozo; la luz es fenómeno que determina movimientos de atracción, no solo en los seres vivos rudimentarios, si que también en los humanos. Y la Iglesia Católica, que jamás destruyó lo por Dios creado, antes bien supo apoyarse en la naturaleza para elevarla hasta su Hacecia, antes bien bendecida. Sus Santos Eremitas (contra la creencia más extendida acerca de sus aficiones) fueron celosos propagadores de la excelencia de la montaña y no hizo falta llegar al entusiasmo deportivo del siglo XX para que peregrinos y romeros se uniesen al espíritu Franciscano en Occidente en competencia creciente por la santificación de la montaña. Háse dicho por el Protestantismo en celo santo por la exaltación del hombre reparó el olvido del ascetismo católico martirizador de las espontáneas tendencias de los descendientes de Adán. Burda patraña como tantas otras; no sabemos de organización protestante que santifique con fiestas especiales sus bosques o montañas; en cambio sabemos de sacerdotes, no “progresistas” sino verdaderamente tradicionales, que saben conservar ese espíritu cristiano e infiltrar en el pueblo el convencimiento de que la naturaleza por Dios creada es originariamente buena y debe servirle mejor para elevarse hasta su creador.
            Dígalo, si no, la hermosa fiesta que aquí, en lo más apartado del bullicio corriente, en la provincia de Soria, la menos ponderada como lugar apto para residencias y fiestas veraniegas, la eterna olvidada si no es para sacar a su costa plaza de chistoso o extravagante, tuvo lugar el 22 de este corriente mes de Agosto de 1928.
Son las cuatro y media de la madrugada y en los contornos de Vega Cintora, por la carretera que une los pueblecillos de El Royo y Derroñadas, se advierte ruido inusitado de motor; la camioneta de El Royo va recogiendo a los escasos excursionistas que se han decidido a asistir a la anunciada ceremonia de una Misa en Urbión. Son siete los animosos que llamamos “escasos” comprados con los que hubieran acudido de haber dado mayor publicidad a la ceremonia; más la propaganda fue discretísima en gracia a la mayor intimidad de la misma y a su sentido de ensayo en que se tanteasen futuras romerías. El resultado no ha podido ser superado; son muchos los que han manifestado su pena por no haber contribuido también al esplendor de la fiesta del 22.
            En el trayecto hasta Vinuesa recogió el vehículo dos viajeros más que salían de Vilviestre y llegó a la antigua Visontium hacia las cuatro y media. “Los gallos requebraban los albores con su canto”, que hubiera dicho nuestro cantor de la Edad Media. En una plazuela del histórico pueblo se encontraban dispuestas las cabalgaduras de unas 20 personas a las que agregaron la mitad de los excursionistas royanos; los demás siguieron hasta Covaleda, admirando el hermoso paisaje que se desarrolla en el camino, con el Duero continuamente a la izquierda sembrando de encanto sus orillas, y los pinares incomprarables por doquier.
            Eran las seis y cuarto cuando al mediana caravana llegaba a Covaleda al par que los primeros rayos del sol. No había tiempo que perder, pues el grueso de los excursionistas de Covaleda hacía tiempo que salieran ya para la cumbre.
-          ¿Son muchos? – preguntó un curioso.
-          Cuantos han podido en el pueblo. Unos trescientos.
-          ¿Será cierto? – murmura alguien para sus adentros – ¿En pueblos donde dice que es tradicional la indiferencia religiosa….?
 Pronto se saldría de dudas. Los miembros entumecidos piden imperiosamente su ejercicio; abandona la camioneta, comienza la ascensión a pie. “Vulgar procedimiento”… ¡que diría algún caballerete desdeñoso de los usos de nuestros abuelos.
            Y, sin embargo, nada más saludable ni más recomendado por los buenos higienistas que el deporte de marcha en ascensionismo matutino, ni tampoco más idóneo para el verdadero conocimiento y sentimiento de la naturaleza tan delicados y exquisitos a pesar de la preterición en que hoy se les tiene. Palmo a palmo conocían nuestros antepasados los caminos y terrenos en que se desarrollaba su vida aquí abajo; por eso la apreciaba más que en estos días que corremos y no florecía el abrojo del falso internacionalismo.
                         No todos los ascensionistas declaraban estos pensamientos, más no por ello era distinto el resultado, pues la naturaleza será siempre madre y sabe enseñar como tal; sin discursos y por modo simpatía.
            Entre pinos altísimos orgullo de la región, que con su tupido ramaje defendían cariñosos de los rayos de sol, realizase la ascensión al “Muchachón” creta imponente desde donde comienza la vista a abarcar panoramas sin fin había durado la subida dos horas y media. El espectáculo que siempre se ofrece curioso, al llegar a aquella altura se hallaba realzado en esta ocasión por un detalle que vivían aquellos parajes por vez primera desde que el Creador les señalase su emplazamiento. En toda la cresta, hasta el Pico se veía una hilera interminable de viajeros, de Covaleda, que acreditaban de veraces a los noticieros del pueblo; quienes a pie, quienes en cabalgadura. Y en lo más elevado de la región, en la cima misma de Urbión, un trozo de rojo y gualda señalaba el hito flameante a todos los que acudían de los cuatro puntos cardinales.
                        Se encuentra gente conocida de distintos puntos; al divisar nuevas cumbres vese en ellas repetido el mismo alentador espectáculo, siluetas de viajeros madrugadores que se acercan al “Pico de las buenas Aguas” gente de pueblo mezclada con veraneantes de remotas regiones perfilando su figura en el azul infinito.
                        Son las diez y media cuando, por fin, llegamos a la cima. En los alrededores menos abruptos que la rodeaban se advierte el éxito de la jornada.
                        A los trescientos de Covaleda que se juzgaban la parte más numerosa de expedicionarios, hay que agregar los grupos más nutridos de las Viniegras, de Arriba y de Abajo, dirigidos por sus párrocos y banderas respectivas, de Montenegro de Cameros, de Duruelo, de Santa Inés y Quintanare.jo
            Y aún faltan muchos que van aproximándose poco a poco, de Vinuesa y otros puntos. Una corneta, desde lo alto del Pico y guias, apostados en los puntos estratégicos, van indicando a los errantes el lugar de cita y las veredas por do se llega al Pico.
                        Se aguarda un largo rato para dar tiempo a la muchedumbre que llega; puede hacerse sin temor ninguno, ya que el tiempo no puede ser más espléndido ni más diáfana la atmósfera.
                        Son las doce menos cuarto; ármase el altar sobre una roca, el sacerdote se reviste y vuelto al pueblo pregunta si hay alguien que desee comulgar. ¿habrá quien haya resistido tantas horas de vieja en ayuno natural…? ¿Adelantándose doce personas (once varones y una señorita) que ocupan su puesto en derredor del altar, ofreciendo espléndida guardia de honor y alto ejemplo a cuantos los contemplan.
                        Tras ellos se sitúa la pareja de la Benemérita (Cabo y un Guardia, de Covaleda). Vuelvese el sacerdote y en palabras llanas que nada tienen de discurso explica como hace ya veinticinco años soñara en este día y en el próximo (Dios lo quiera así) en que habrá de levantarse en el Pico de Urbión un monumento a CRISTO REY, el que plasmó su más sublime doctrina en el Sermón de una montaña.
                        Y comienza el Santo Sacrificio en medio del silencio mas absoluto de la multitud y sin embargo, no enmudecían los corazones de los circunstantes. En lo más recóndito de su ser se agitaban ideas y sentimientos que, al no tener expresión en los labios, se mostraban y asomaban a los ojos, que no fueron pocos los que derramaron llanto copioso, la  más sublime oración en pluma de escritores ascéticos. Y ¿Quién no se había de conmover al ver aquella abigarrada muchedumbre de gente de lugares tan dispersos y no obstante, fundidos en un único sentimiento; el religioso..; al oír cánticos entonados por estentóreas voces (“Cristo vence” en el Introito; los “tres amores” en el ofertorio; el himno del Congreso Eucarístico en la Consagración; “Dueño de mi vida” en la Comunión); al contemplar a Jesús Hostia por vez primera levantado sobre aquellas cumbres para bendecirlas con su potente diestra …, al admirar en tan sencillo altar la más sublime de las oblaciones.
                        Urbión, fue siempre bueno (ur, agua; bi dos; on, bueno). Es cierto como lo atestigua su nombre y sus hechos; pero desde aquel momento es santo. Por eso Dios descorrió el velo de los celajes habituales para que los Pirineos, Moncayo, Guadarrama y mil montes más pudieran contemplar el espectáculo y con santa envidia le rindieran la pleitesía de su admiración. comulgó el sacerdote y con él los “doce caballeros de Cristo”. Uniéronse todos los circunstantes en el canto de la oración española por antonomasia; la Salve, y diéronse todos la cita para el año próximo.
                         ¿Sabe alguien quién fue el primer danzante que manifestó su alegría ante el templo del Señor con su arte coreográfico? Tampoco se yo quien comenzó en el Urbión a bailar tras la comida. Lo único bien observado fue que se hizo al pulsar de una guitarra, con toda circunspección y honestidad, y que mezclándose a los cantos humanos comenzaron a gorjear algunas avecillas.
                        ¿Se mostrarán orgullosos muchos creyendo haber hecho algún favor al Señor con haberse impuesto el sacrificio de caminar hasta la cumbre del Urbión? Pues sepan, para su gobierno, que yo advertí en la cumbre dos cojos con muletas, tanto mas de admirar cuanto que seguramente no iban allá en busca de un milagro.
                        ¿Desde dónde vendrían los más alejados entre los circunstantes? ¿Quién lo sabe? Únicamente pude averiguar que había tres sevillanos, varios madrileños, un religioso Capuchino de Córdoba, personas de distintos países, los cuales contarán en su tierra de los Picos de Urbión, de esta solemne ceremonia…, que traerán en años sucesivos a otras muchedumbres… y que pronto será un hecho que en aquellas sublimidades se adornará a CRISTO REDENTOR que desde el árbol sagrado de la Cruz bendecirá aquellas regiones, bendecirá a España y traerá días felices de paz y de regeneración social sobre esta nación en la que El ha prometido reinar y con más veneración que en todo el resto del mundo.




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